Orina para el mal aliento.
Pues sí, has leído bien. Según leímos en el libro original que tradujimos, los médicos de la nobleza de la Edad Media recomendaban a sus pacientes niños y mayores hacer enjuagues bucales con orina reposada para refrescar el mal aliento matutino. El autor de este remedio casero no aclaraba si la orina debía ser humana o de otro animal, pero bueno, quizá el origen del amarillo elemento no sea tan importante en este caso ¿no?
Testículos de cabra para la impotencia.
El siguiente remedio ya lo habíamos leído una vez hace un par de años, al redactar la traducción farmacéutica de un artículo sobre salud sexual masculina. Pero venga, vamos al truco: al parecer, a principios del siglo pasado algunos doctores “modernos” abrían los testículos de sus pacientes humanos para insertarles las partes nobles de un donante forzoso de la raza “cabra”. Según estos doctos e insignes doctores- todos hombres – el vigor natural del macho cabrío se contagiaría por simple contacto con las partes pudendas del paciente macho humano y le curaría de un plumazo esa molesta impotencia que mermaba su virilidad. Ejem.
Estiércol como anticonceptivo.
Las mujeres antiguas tampoco se libraban de los remedios caseros antiguos para “mejorar” sus dolencias femeninas. En este caso, nos remontamos a los tiempos no de Mari Castaña, sino de Nefertiti, Tutankamon y compañía. Según nuestra traducción farmacéutica, los antiguos médicos egipcios introducían estiércol de cocodrilo del Nilo en el interior del útero de las mujeres para evitar que concibieran un hijo no deseado. Lo que no decía el texto original que tradujimos es si el remedio en sí funcionaba o simplemente persuadía al amante masculino a colocar su “llave del amor” en una cerradura pelín más limpia.
Barriga de sapo para la erisipela.
Una de las afecciones de la piel más complicadas de curar es la erisipela. Afortunadamente hoy en día tenemos muchos medicamentos eficaces que acaban con las bacterias que irritan la piel y provocan rojeces, descamaciones y picor, pero los antiguos usaban otro remedio: un simple sapo. Este “medicamento” natural no era tan fácil de aplicar como una simple cremita y exigía cierta colaboración por parte del batracio en cuestión. Por lo que escribimos en nuestra traducción farmacéutica, el médico tenía que acercar al pobre bichejo a la zona afectada de la erisipela intentando que su barriga no entrara nunca en contacto directo con la zona dañada. Después de unos cuantos masajes a distancia, el sapo era amarrado al tronco de un árbol y se esperaba a que se muriera y se secara ya que, en ese momento, la erisipela también se secaría y, hala, un problema menos.
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