sábado, 10 de diciembre de 2016


EL DON DE LA SANACIÓN POR IMPOSICIÓN DE MANOS

La imposición de manos ya se utilizaba en el Antiguo Testamento, y fue el gesto utilizado por Jesús para realizar sus curaciones (Marcos 6:5; Marcos 16:18; etc.) o simplemente expresar bendición (Mateo 19:13,15; Marcos 10:16).

Por otro lado, el Espíritu Santo se servía de la misma, para que los apóstoles que ya habían recibido su poder en Pentecostés, transmitieran, a su vez a otros, el don, poder, carisma o gracia según la voluntad del Espíritu. Además, pues, de ser el medio para traspasar algún don del Espíritu Santo a los primeros cristianos (Hechos 19:6), también se utiliza para consagrar a un creyente para una misión o función determinada (Hechos 13:3).

En 1ª Timoteo 4:14 y 2ª Timoteo 1:6 se habla de la imposición de manos sobre Timoteo de parte de Pablo para la concesión de algún don. Sin embargo, 1ª Timoteo 5:22 da a entender que la imposición de las manos, se había convertido en un acto habitual para, posiblemente, consagrar u ordenar ancianos, diáconos o pastores.

Hoy en día, en mi opinión, este acto de imponer las manos, que no tiene en sí ningún poder milagroso ni mágico, sino que es el medio por el que se sirve el Espíritu Santo y la iglesia, para designar a una persona que ha sido elegida para desempeñar una función como las citadas antes. Mediante este rito o acto se pide en oración la bendición de Dios, y se confirma la consagración de esa persona, que desde ese momento es separada o apartada para esa misión en especial.

Depende, pues, de la voluntad de Dios y de la disposición del creyente, que éste reciba un don u otro. Por supuesto, que las personas que imponen las manos, tienen que ser personas muy consagradas y entregadas a Dios, pues deben conocer bien a aquel, a quien van a realizar tal acto, y especialmente si reúne los requisitos de un siervo de Dios (1ª Timoteo 3:1-13; Tito 1:5-16).

No se trata tanto de tener autorización de nuestros dirigentes para predicar el evangelio sino de tener consagración, preparación, de reunir los requisitos de la Palabra, y de demostrar con nuestra conducta que de verdad reflejamos a Cristo y su voluntad en nuestras vidas, pues de lo contrario no daremos buen testimonio de Dios.

En cuanto a las sanaciones y la recepción del poder del Espíritu Santo, es algo que depende fundamentalmente de la voluntad de Dios, y de la sinceridad del creyente. Aunque el poder de Dios es el mismo siempre, y no puede cambiar porque Él es inmutable, es cierto que, en la actualidad, ya no se manifiesta con señales milagrosas como en la iglesia primitiva, pues entonces fue necesario para impulsarla, y para confirmarla como una obra que procede del Creador. Antes no se disponía de toda la Palabra de Dios escrita, sino sólo en parte y por transmisión oral, y fue imprescindible que la obra de los creyentes estuviese evidenciada que provenía de Dios por la manifestación de sus poderes milagrosos. Ahora, el Espíritu Santo convence y actúa, fundamentalmente por el poder del evangelio (Romanos 1:16; 10:17).

La sanación de los enfermos, de forma milagrosa corresponde fundamentalmente al periodo de la iglesia primitiva, por los motivos antes apuntados. Después y hasta hoy en día, Dios quiere que oremos por la sanación de los enfermos y por nuestra salud, pero su intervención, salvo raras excepciones que posiblemente existan, no está basada en la concesión de un poder sobrenatural que cure instantáneamente cualquier tipo de enfermedad, sino que obedece, más bien, a una lenta evolución que depende, de las leyes naturales, de los remedios científicos, y de nuestra comunión y fe en Dios. Dios desea, en primer lugar y sobre todo, la salvación de nuestra alma, sanarnos espiritualmente y librarnos del pecado. Veamos como Santiago en su epístola universal se refiere a ello.

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